Extraído de un artículo de Daniel Conway, destinatario del premio 2019 de la Catholic Press Association.
¡Dios nunca deja de dar! Si buscamos verdaderamente una relación más profunda con Dios, nuestra respuesta es alabarle por este gran tesoro y demostrarle nuestra gratitud cuidando y compartiendo cada día los dones maravillosos recibidos de Él. Empecé a pensar acerca de la corresponsabilidad en la década de los 90s y tuve el gran privilegio de aprender sobre corresponsabilidad del difunto Arzobispo de Seattle Thomas J. Murphy, quien era en ese momento presidente del comité ad hoc de los obispos de los Estados Unidos sobre la corresponsabilidad y fue el arquitecto principal de la carta pastoral de los obispos, Corresponsabilidad: La Respuesta del Discípulo.
La carta pastoral describe al corresponsable cristiano como “una persona que recibe los dones de Dios con gratitud, los aprecia y los cuida de manera responsable y moderada, los comparte en justicia y amor con los demás, y se los devuelve al Señor con creces.” (SDR, p.9). Porque Dios nunca deja de dar, un corresponsable cristiano vive constantemente siendo invitado y desafiado a recibir, cuidar, compartir y devolver con creces los frutos de la abundante generosidad de Dios. Por ello la corresponsabilidad es una responsabilidad de toda la vida. Mientras Dios siga dando, estamos llamados a ser abiertos y receptivos a todos sus dones, tanto espirituales como materiales.La corresponsabilidad es una fuente de espiritualidad cada vez más profunda porque nos desafía a dejar de lado cualquier falsa noción de que de alguna manera tenemos el control de nuestras vidas, nuestras habilidades y nuestros talentos, o de nuestros bienes materiales. No somos los autores de nuestra existencia. No somos dueños de nuestros dones espirituales y materiales. Somos corresponsables (guardianes o custodios) de lo que pertenece exclusiva y completamente a Dios.
Dios nos ha dado el don de la vida y el don de la inteligencia. Somos responsables de cuidar de nosotros y desarrollar nuestras mentes, de crecer en sabiduría y entendimiento. Se nos han dado las habilidades y destrezas que nos permiten ganarnos la vida, cuidar de aquellos a quienes amamos, y contribuir al bien común por nuestro trabajo y por nuestro servicio a otros en la Iglesia y en nuestra comunidad. Estos dones de tiempo y talento nos permiten adquirir los bienes materiales que necesitamos y disfrutamos. Todos los dones de Dios son buenos. Están destinados a ser usados de manera responsable y compartidos generosamente con otros.
La corresponsabilidad nos ayuda a desarrollar lo que el Arzobispo Murphy llamó un estilo de vida de compartir. Cuando respondemos a la bondad de Dios creciendo en gratitud, responsabilidad y generosidad, podemos experimentar la diferencia que hace la corresponsabilidad en nuestras vidas. Como dijo el arzobispo, la corresponsabilidad nos invita a reflexionar sobre lo que es más básico y esencial en nuestras vidas—y a responder desde el corazón. La corresponsabilidad no es un programa. Es una forma de vida.
La corresponsabilidad nos ayuda a reconocer que las experiencias ordinarias de la vida diaria son dones de Dios, para ser apreciadas y compartidas con otros. Ya que Dios nunca deja de dar, nuestras oportunidades para responder desde el corazón son verdaderamente interminables. Es por ello que el Arzobispo Murphy consideró que la corresponsabilidad es una forma de vida—y una fuente de gracia y profunda espiritualidad para toda la vida.