En primer lugar, para aquellos de ustedes que no asisten regularmente a nuestras Misas, me gustaría extenderles una muy cálida bienvenida. Tal vez han estado alejados de la iglesia debido a malas experiencias en el pasado, o tal vez porque tu familia te obliga a venir con ellos. Cualquiera que sea la razón, ¡bienvenido! Espero que encuentres hospitalidad y aceptación en esta comunidad, ¡y que consideres volver por más!

Recuerdo la primera vez que asistí a una Misa de la Vigilia de Pascual. No fue una experiencia agradable. Me dije a mí mismo: “Esta Misa es demasiado larga. ¿Por qué tenemos tantas lecturas? ¿Y por qué tengo que ver los bautismos de extraños?” De hecho, recuerdo salir fuera de la iglesia para “relajarme” durante los bautismos y solo regresar después de que se reanudaran las partes regulares de la Misa.

Solo años después, comencé a comprender el significado de la liturgia de la Vigilia Pascual. Las lecturas son un recuento de la historia de la salvación, no solo para los Israelitas, sino para la nuestra, para toda la humanidad. Escuchamos cómo se creó la tierra, cómo un pueblo fue liberado de la esclavitud, cómo Dios satisfizo su hambre y sed y les dio un corazón nuevo.

¿Y los recién bautizados? No son extraños. Con el bautismo, ahora están unidos a nosotros en Cristo. Como escribió San Pablo: “Así, pues, ya no son extranjeros ni huéspedes, sino ciudadanos de la cuidad de los santos; ustedes son de la casa de Dios” (Efesios 2:19). A medida que se bautizan uno por uno, nos regocijamos con ellos al gritar: “¡Aleluya!”

La oscuridad al comienzo de la liturgia es reemplazada por la luz del cirio Pascual y cientos de velas que lleva la asamblea. El Gloria se vuelve a cantar después de no escucharlo durante 40 días, acompañado del sonido de campanas. Se canta la Proclamación de Pascua, se canta el Exsultet, declarando que esta es la noche en que Cristo rompió los barrotes de la prisión de la muerte y se levantó victorioso del inframundo, la maldad se disipa, los pecados se lavan, la inocencia se restaura, el duelo se convierte en alegría, el odio es expulsado, se fomenta la concordia, y los poderosos son derribados.

Con su resurrección, Jesús nos muestra que la muerte no tiene la última palabra, que la luz puede vencer a las

tinieblas y que el bien puede vencer al mal. Después de mucho tiempo luchando con la pandemia y las divisiones políticas y sociales, se nos recuerda que las cosas pueden mejorar, que la vida puede venir de la muerte, que podemos trabajar juntos para derrotar al virus, cuidar a los vulnerables, crear buenas políticas y leyes justas, y ser verdaderamente hermanos y hermanas los unos para los otros.

Cuando Jesús se levantó de entre los muertos, no conservó su cuerpo antiguo, sino que se vistió con un cuerpo glorificado. Al levantarnos de esta pandemia, que también nosotros nos vistamos del Cristo resucitado, no volviendo a nuestras maneras antiguas, sino actuando como un pueblo resucitado. Si podemos. ¡Aleluya!

Paz, Padre Sam
Párroco Asociado

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