Celebrando el Cuerpo y la Sangre de Cristo como “Corresponsables del Evangelio” El domingo 14 de junio celebramos la solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo, o Corpus Christi, para celebrar el don de la Eucaristía. Por supuesto, ahora que estamos comenzando a regresar a la mesa eucarística física en nuestras parroquias y a celebrar el sacramento en persona, podemos recordar más fácilmente que la mejor manera de celebrar la Eucaristía es vivirla, poner la Eucaristía en acción. Ninguno de nosotros puede ser un mero espectador de la Eucaristía, porque esta ofrenda a Dios de pan y vino es realmente nuestra ofrenda a él de nosotros mismos, de nuestras vidas y del mundo entero. Jesús nos enseñó esta conexión cuando nos ordenó ir al mundo entero y proclamar el evangelio (ver Marcos 16:15).
La Eucaristía nos invita a ser “corresponsables del evangelio”; seguir los pasos de Jesús y amar a los demás tal como Cristo nos amó y se entregó por nosotros. Este es el significado detrás del lenguaje del sacrificio de sangre del cual escucharemos proclamado en las lecturas del fin de semana. La sangre es fundamentalmente vida. El compromiso de compartir una vida en común, el pacto entre Dios e Israel, fue endosado en sangre, mucho. El sacrificio fue y es necesario. Pero, ¿cómo se relaciona concretamente la celebración de la Eucaristía con nuestra vida cotidiana? En un nivel, nuestro regreso físico a la mesa eucarística afirma nuestra creencia de que hay algo extraordinario en nuestra vida cotidiana ordinaria. Nos tomamos el tiempo para reconocernos a nosotros mismos, a nuestras familias y a nuestras comunidades con quienes nos hemos separado de que estamos comprometidos en una relación extraordinaria con Dios a través de Jesucristo. Más profundamente, sin embargo, es que la Eucaristía nos transforma. Proporciona un centro de nuestro ser y una fuerza impulsora que nos impulsa a salir y “ser” Cristo a un mundo quebrantado. Nos alimentamos y fortalecemos de manera profunda para construir el Cuerpo de Cristo y llevar a cabo el mandato de Jesús de ser discípulos misioneros. La solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo nos recuerda que, incluso en estos tiempos inciertos, cada uno de nosotros está llamado a servir y a llevar las buenas nuevas del Evangelio a todos los que nos encontramos. Alimentados por el don de la Eucaristía, nunca estamos solos en este viaje de fe. Cristo está con nosotros siempre de una manera real y muy personal.