DE NUESTRO DIÁCONO

Learn to Love as God Loves

En el Evangelio de este domingo Jesús continúa enseñándonos sobre la responsabilidad que el ser humano adquiere al ser nombrados por Dios, como administradores de la creación desde sus inicios. Esto quiere decir que Dios ha creado y diseñado al ser humano de una manera muy especial, dándole todo lo necesario para actuar como El actúa; “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” Génesis 1,26. No solamente estamos diseñados para actuar como Dios, pero más bien estamos diseñados para “amar como Dios ama.”

En las escrituras podemos encontrar numerosos pasajes en donde Dios escoge personajes dándoles una posición de liderazgo sobre su pueblo, sobre su creación. El papel de estos líderes era el de liberar, traer justicia, paz, prosperidad, igualdad, etc. Y una de las responsabilidades más importantes de estos líderes era la de ser imagen de un Dios amoroso, justo y benevolente, misericordioso, etc. En el Evangelio de Lucas, este domingo Jesús se dirige a los fariseos que eran observantes de la ley y uno de los grupos de líderes del pueblo de Israel, los cuales estaban actuado contrariamente a la ley del amor.

En esta parábola, Jesús no está en contra del dinero, los bienes materiales o de que una persona alcance la riqueza. Desde el principio la naturaleza de Dios es generosa y no solamente nos colma de dones, pero el mismo se derrama en amor sobre nosotros sin límites. La parábola del hombre rico y Lázaro resume las temáticas de las parábolas anteriores en el Evangelio de Lucas. Más que una instrucción directa sobre los estados de pobreza y riqueza, es una reprensión sobre la insensibilidad, crueldad, impiedad, indiferencia y ceguera que son resultado del “egoísmo.” En el Evangelio pasado escuchamos que no podemos servir a dos amos, ese otro amo es nuestro “ego.” San Francisco de Asís decía que este “ego” rompe y nos aleja de nuestra naturaleza que es la de estar conectados con Dios y su creación, porque queremos poseer lo que es de Dios. La más grande tragedia para el ser humano es que este “ego” corrompe los cimientos de nuestros corazones y nos lleva a tomar la actitud de querer ser como “dioses.” Este fue el mal de nuestros primeros padres Adán y Eva, y este es el mal de este hombre rico, que es solo una imagen, la cual Jesús está usando para hacerles ver su mal a los fariseos.

San Francisco de Asís se dejó transformar a tal grado por el Evangelio, que el mismo se volvió Evangelio viviente. El por mucho tiempo también experimento esta lucha interna en contra de su propio “ego.” Hasta el punto en que se rindió completamente a Cristo y todo lo que poseía lo dio a los demás. El entendió de primera mano lo que significaba que “Cristo siendo rico se hizo pobre.” Este tipo de pobreza (sine propio-viene del latín que significa: sin poseer nada propio) es una actitud más que un desprendimiento de lo material. Primeramente, es reconocer que todo viene de Dios como regalo, y nada de nosotros. Y así como recibimos todos estos regalos de la generosidad y amor de Dios, así mismo debemos agradecer a Dios y “compartir-dar” porque esa es nuestra naturaleza. El personaje de Lázaro (que en hebreo quiere decir, Dios es mi ayuda) es la figura de todos aquellos que son víctimas de los que están en algún tipo de posición o poder y no actúan como Dios ante los desvalidos. Jesús condena esta indiferencia y empatía de todos aquellos que han sido llamados a continuar con la labor de amar y cuidar su creación. Y San Pablo en la segunda lectura nos invita a llevar una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste tan admirable profesión ante numerosos testigos en el día de tu Confirmación. Con esta nueva actitud y transformación en Cristo, abre las puertas de tu casa y mira cuantos Lazaros pueden estar tirados al pie de tu puerta, necesitando de tu ayuda, pero sobretodo necesitando del amor de Dios, el cual habita en tu corazón.

En Cristo Jesus, Br. Salvador Mejia, OFM

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