¿Cuántos de nosotros amamos a Dios con toda nuestra mente, corazón y todo nuestro ser? ¿Cuántos de nosotros cumplimos los mandamientos de Dios? ¿Cuántos de nosotros nos consideramos verdaderos o auténticos hijos de Dios? ¿Cuántos de nosotros daríamos y moriríamos por un amigo? Seria muy importante meditar profundamente sobre estas preguntas y tener respuestas; de lo contrario seriamos Católicos Cristianos de nombre y no de verdad.
En este Sexto Domingo de Pascua, nuestro Jesús nos sigue retando y nos invita a ir mas allá de lo que creemos, profesamos y hablamos de Él. Si realmente creemos en Él, que se nos note, no solamente de palabras, sino con hechos y acciones. Profundicemos seriamente el Evangelio de este domingo y preguntémonos si estamos poniendo en práctica lo que Él nos manda hacer. “Mi mandamiento es este: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, hacen lo que yo les mando. En adelante, ya no los llamare siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora los llamare amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre” (San Juan 15, 12-15).
El nuevo mandamiento que nos da Jesús, nos exhorta y nos invita a amar a todos nuestros hermanos y hermanas, sin importar raza, color, nacionalidad ni lenguaje porque todos somos hijos e hijas de un mismo Dios. Él nos ha creado a Su imagen y semejanza. Si todos nos viéramos y tratáramos como hijos e hijas de Dios, otro mundo y realidad seria en nuestro mundo. Se acabaría la pobreza, discriminación, racismo, explotación y todos los pecados sociales que rodean nuestro mundo. Si no estamos dispuestos a dar la vida por un amigo, mucho menos lo haríamos por un enemigo. Sin embargo, Jesús murió por todos nosotros, amigos y enemigos, justos e injustos, santos y pecadores porque Él quiere que estemos con Él en el cielo para toda la eternidad. Por eso el mismo San Juan, en una de sus primeras cartas nos dice que nos amemos de corazón, no de labios solamente. Cuando uno ama a Dios sinceramente, uno es capaz de amar a todas las personas y perdonar en todo momento porque Dios nos ama y perdona incondicionalmente. El odiar y guardar rencor enferma el corazón; y el corazón con el tiempo va perdiendo su vitalidad y el deseo de amar.
Si nosotros no podemos amar y perdonar de corazón, pidámosle a Dios que nos dé un corazón como el suyo para poder amar y perdonar como su Hijo nos manda. Mientras más amenos y perdonemos, más nos estaremos asemejando a Jesús; y mientras más nos asemejamos a Jesús, más estaremos haciendo su voluntad. Y mientras más hagamos su voluntad, viviéremos más felices, plenos y preparándonos para la vida eterna “porque veremos a Dios tal cual es”. Suena con algo imposible de realizar, pero para Dios todo es posible. Tratemos cada día de dar lo mejor de nosotros, dejando a un lado la mediocridad, el conformismo e hipocresía. No dejemos todo en manos de Dios. El hace su parte en cada momento y nosotros hagamos la nuestra. Amén.
Con cariño y afecto, Padre Alberto Villafan, ofm.
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