Los deseos de poder, posiciones, riqueza y gloria son parte de la vida del ser humano. El Evangelio nos presenta una disputa entre los 12 apóstoles. Dos Hermanos, Santiago y Juan, conspiran contra el resto del grupo mostrando intereses egoístas. Piden a Jesús los mejores puestos en el Reino que Jesús pronto establecerá.
Jesús está de camino a Jerusalén e incluso ha hablado de su muerte varias veces. Mientras les hablaba de su pasión y de su muerte, Jesús también les dijo: “Pero al tercer día resucitaré”. Tal vez esa fue la única parte que se les grabó en la cabeza de los apóstoles y no grabaron en sus memorias todo lo demás que Él hablaba sobre sus sufrimientos y su muerte. Ellos creen que su maestro “hacedor de Milagros” establecería su reino pronto. Tienen sueños de gloria. El ansia de poder y el aspirar a ocupar lugares de honor están profundamente arraigados en los seres humanos; y Santiago y Juan no son ajenos de eso.
Los deseos de poder, posición y gloria no son el punto de referencia de un discípulo de Jesús. Eso es solo algo que los gentiles buscan y anhelan. Si usamos esto como medida para identificar a un discípulo de Jesús, es posible que los Cristianos tengamos que hacer un gran examen de conciencia para averiguar si realmente somos discípulos o paganos. Jesús aclara aún más esta norma citando su propio ejemplo de vida: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir”.
No sé si ustedes se han dado cuenta, pero han visto ustedes, ¿cómo la mayoría de los políticos en todo el mundo utilizan la palabra “servicio” en sus campañas electorales? Todos dicen que quieren ser servidores del pueblo y ser elegidos para poder servir. Pero cuando son elegidos, ¿a quién sirven? Ese nunca debe ser el camino de la Iglesia. Las personas que trabajamos en la Iglesia (clero y laicos) o ya sea fieles comunes, todos debemos tener la ambición de servirnos unos a otros y, de esta manera, servir a Dios. Ese era el camino de Jesús y ese es el camino de la Iglesia ayer, hoy, y siempre.
Servir es la “carrera” del Cristiano. El que sirve está a disposición de todos, comprende las debilidades de los demás y las ve en sí mismo. Servir es a menudo doloroso, pero sólo quien es capaz de sacrificarse por los demás y no huir de las dificultades tiene algo que aportar al mundo. El que sirve acepta ser como una semilla que muere para dar vida. Pidámosle a Jesús que nos ayude a servir como Él sirvió.
¡Que el Señor siempre les de Su paz!
Padre Lalo Jara, OFM