Reflexión Pastoral 11-24-2024

La solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, es la corona del año litúrgico. Jesús comenzó su vida pública proclamando que “el reino de Dios ha llegado,” “el reino de Dios está aquí.” La expresión “el reino de Dios” y “el reino de los cielos” aparece 104 veces en los Evangelios. En la Biblia, a menudo se habla del Dios de Israel como el Dios que reina, el Dios que creará un nuevo mundo en el que la justicia y la paz reinarán para siempre.

El Papa Pío XI instituyó la fiesta de Cristo Rey en 1925. La Primera Guerra Mundial había creado amargura entre las naciones, y muchos países poderosos de todo el mundo estaban tratando de establecer su supremacía sobre el resto. El régimen fascista en Italia estaba ganando terreno y Rusia estaba bajo el dominio de Stalin. El nazismo estaba surgiendo en Alemania; España y Portugal caían en manos de las potencias absolutas. En medio de la creciente incertidumbre, el Papa Pío XI quiso asegurar a los fieles y al mundo que la historia pertenecía a Cristo y no a ninguna otra potencia autoproclamada de este mundo.

El reino de Cristo tiene un origen diferente al de este mundo. De este mundo vienen los reinos que se guían por el impulso de competir, luchar, tratar de dominar a los demás y someter a los más débiles. Son los reinos de las bestias que devoran y destruyen a los débiles; los reinos de las multinacionales que controlan la explotación de los pobres, el tráfico de personas, y que manejan las finanzas mundiales. Una de las tres tentaciones que Jesús encontró en el desierto fue comenzar un reino similar, basado en estos principios mundanos. El maligno le había dicho: “Todo esto te lo daré si te postras y me adoras.” Y Jesús rechazó este reinado. Jesús no tiene nada que ver con esta realeza. Se debe tener cuidado cuando tratamos de aplicar la imagen de un rey a Jesús.

Cristo Rey quiere establecer en el mundo su Reino de amor, de justicia y de paz. La historia nos enseña que los reinos fundados en el poder de las armas y la mentira son frágiles y, tarde o temprano, se derrumban; pero el Reino de Dios se funda en el amor y está arraigado en los corazones, confiriendo a quien lo recibe la paz, la libertad y la plenitud de vida. Todos queremos paz, libertad y plenitud. ¿Y cómo se produce? Que el amor de Cristo Rey, su misericordia y su perdón echen raíces en nuestros corazones. Cristo Rey puede dar un nuevo sentido a nuestra vida, que está devastada por nuestros errores y nuestros pecados, siempre que no sigamos la lógica del mundo y de sus “reyes.”

¡Que el Señor siempre les de Su paz!

Padre Lalo Jara, OFM

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