La realidad de todo el acontecimiento de la Pascua es tan grande y real para nosotros que debemos revivirlo no solo como un evento del pasado, sino como algo presente y real que nos afecta hoy. Debemos pensarlo y vivirlo de esta forma:

Cuando Jesús murió en la cruz, yo estaba allí y lo admiraba. Cuando Jesús murió en la cruz y fue sepultado, yo estaba allí y morí y fui sepultado con él, porque he sido bautizado en su muerte. Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, yo estaba allí con él, porque resucité con él a la nueva vida del bautismo. Cuando Jesús, como el primogénito de entre los muertos, se adelantó a nosotros a la tierra prometida del cielo, yo estuve allí con él y comencé, con todo el pueblo de Dios, mi camino a la tierra prometida del cielo y todavía estoy en camino con esperanza.

Queridos hermanas y hermanos, esto es lo que revivimos en este Tiempo de Pascua. Celebramos la vida y la celebramos con gozo.

Durante la Vigilia Pascual que celebramos el Sábado Santo en la noche y que es el inicio de la Pascua, celebrábamos el acontecimiento central del Cristianismo: la liberación del pueblo de Dios de la esclavitud del pecado, para que pueda entrar en la nueva y eterna alianza por la que Dios, por su propia iniciativa, une a su pueblo consigo mismo en una profunda unión de vida y amor. Para el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, Dios vio las dificultades que sufrieron en su esclavitud en Egipto, los liberó e hizo con ellos el pacto a través de Moisés en el Monte Sinaí. Para nosotros, los Cristianos, Dios vio nuestra esclavitud al pecado y nuestra incapacidad para deshacernos de él. Así que envió a Jesús, su propio Hijo, para hacernos libres con su muerte en la cruz en el Monte Gólgota y con su resurrección darnos vida. Ahora somos un pueblo libre, capaz de amar, de servir y de hacer justicia. Durante la Pascua celebramos esta libertad y pacto de amor de Dios con nosotros.

Ahora bien, es importante preguntarnos, ¿de dónde resucitó Jesús? ¿De la cruz? ¿De la tumba? ¿De entre los muertos? ¿O desde algún lugar increíblemente más bajo, más profundo, más oscuro? Sí, efectivamente. No se detuvo con la muerte. Descendió al infierno dice el Credo que profesamos cada domingo. La kenosis de Dios, es decir, vaciarse a sí mismo, va mucho más profundo que la cruz y la tumba, va hasta las profundidades más lejanas. La Pascua comienza desde el punto más oscuro, más lejano y bajo de las tragedias humanas, pero no se queda ahí. ¡¡Ha resucitado!! ¡¡Está vivo!! ¡Esto nos da esperanza! Y Jesús nunca ha resucitado solo. Lo comparte con todos nosotros, con toda la humanidad. Él quiere que abraces su salvación, su amor, su resurrección. Él quiere que vivas.

¡¡Felices Pascuas!!

¡Qué el Señor siempre me les de su paz!

Padre Lalo Jara, OFM

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