Cuando leemos, profundizamos y meditamos el Evangelio de este Domingo 12 de septiembre, seguramente surgirán muchas preguntas de Jesús hacia nosotros, y de nosotros hacia Jesús. Jesús sabía perfectamente su identidad y la respuesta de sus discípulos al lanzarles el origen de su identidad. Si Jesús nos preguntara en este preciso momento ¿quién es Él para nosotros?, ¿cuál sería nuestra sincera, franca y honesta respuesta? ¿Nuestra respuesta sería igual u idéntica a la de Pedro? Jesús salió con sus discípulos hacia los pueblos de Cesárea de Filipo y por el camino les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los profetas”. El siguió preguntándoles: “Y según ustedes, ¿quién soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Entonces Jesús les ordenó que no hablaran de él con nadie (San Marcos 8, 27-30).
Estoy seguro que si hiciéramos una encuesta de la identidad de Jesús, las respuestas serian diferentes porque cada quien contestaría según su relación e intimidad con Jesús. Todas las respuestas son muy validas porque cada quien respondería con certeza quien es Jesús para él y para ella. ¿Nuestras respuestas, serian basadas en emociones, fanatismos, devociones y piedad? ¿O quizás nuestras respuestas serian basadas en obras de caridad y misericordia?

Cada uno de nosotros respondamos con sinceridad quien es Jesús para nosotros, basado en la segunda lectura del Apóstol Santiago. ¿De que le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y no tienen nada para comer, y uno de ustedes les dice: “Váyanse en paz, abríguense y coman”, pero no les da lo necesario para su cuerpo, ¿de que sirve? Así también la fe: si no tiene obras, está completamente muerta (Santiago 2, 14-17). Nuestra relación e intimidad con Jesús, tiene que ir acompañada con obras de caridad y misericordia; de lo contrario nuestra relación con Jesús sería o estaría incompleta. Es muy importante rezar, orar, y hablar con Jesús; todo eso nos ayudaría sin duda alguna a practicar y llevar a cabo lo que adquirimos de esos momentos de oración e intimidad con Jesús. Me imagino que, si nuestra oración es sincera, el mismo Jesús nos inspirará y nos mostrará cómo podemos a ayudar, y socorrer al más necesitado. Como dice la palabra de Dios, “hay más alegría en dar, que en recibir.” Y también como dice Santa Teresa de Calcuta: “Hay que dar hasta que nos duela.”  Qué maravilloso, gratificante y edificante seria que todos nosotros practicáramos nuestra fe con obras de caridad y misericordia. Tendríamos un mundo más humanitario, hermanable y solidario.

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