Del Diácono Lyle
En el Evangelio de hoy, Jesús acaba de estar sanando y expulsando demonios en Galilea. Junto a la multitud viene gente que no entiende lo que Él está haciendo. Incluso sus amigos piensan que ha perdido la razón y que es necesario que se lo lleven por un tiempo. Los escribas que bajaron de Jerusalén lo acusan de estar poseído por el príncipe de los demonios.
La realidad es todo lo contrario. Jesús se está revelando como el prometido en nuestra primera lectura de ser la
semilla de la mujer que ha venido a aplastar la cabeza de la serpiente demoníaca. En la parábola del Hombre Fuerte, Jesús revela que ha venido no sólo para castigar al diablo sino para liberar a quienes están atados por él.
Los escribas blasfeman al atribuir esta obra del Espíritu Santo a los demonios. Jesús añade una afirmación que debería escandalizarnos a todos: “El que blasfeme contra el Espíritu Santo, nunca tendrá perdón”. El único pecado que no puede ser perdonado es la denegación deliberada a aceptar la misericordia ofrecida por el Espíritu Santo.
Debemos imitar a los que se sentaron a los pies de Jesús. Cuando dijo: “El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Paz,
Diácono Lyle
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