La Buena Nueva de hoy nos invita a darnos cuenta quienes somos en relación con Dios, nuestro prójimo y la creación. La primera lectura dice: “’Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo.” Este código de santidad no es algo inalcanzable a nuestras vidas, que solamente está reservado para unos pocos elegidos. Tampoco es un comportamiento sobre-natural o meramente espiritual que ocurría en el pasado.
La santidad es una realidad tan incrustada en el ser humano como el ADN, por ser un regalo gratuito que se nos da desde el primer momento en que fuimos creados por Dios. En este momento de sumo amor, Dios infunde en el ser humano parte de su divinidad al soplar el “Ruah,” su espíritu. San Pablo nos dice: “¿No saben ustedes que son el templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?”
El Papa Francisco nos habla que “la santidad no está hecha de actos heroicos y milagrosos sino de mucho amor cotidiano. Cada uno de nosotros, podemos amar al otro como Cristo nos ha amado. Es tan simple el camino de la santidad.” “Amar significa servir y dar la vida. Servir es no anteponer los propios intereses, desintoxicarse de los venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y la carcoma de la auto referencialidad… Dar la vida, es salir del egoísmo para hacer de la existencia un don. El Señor tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, cada uno tiene que seguir ese camino de santidad”.
En el Evangelio de este domingo, Jesús nos revela nuestra esencia de quienes somos, “para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.” Y continua: “Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen?” Y termina: “Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.
El que hayamos sido adoptados como hijos e hijas de Dios en el bautismo y hayamos recibido todos los dones y gracia santificante por medio de los Sacramentos, nos revela quiénes somos; cuál es nuestra naturaleza para vivir radicalmente en el amor de Dios.
Jesús nos dice, antes actuaban bajo la ley del Talión en la que se les permitía la venganza ante un agravio, ahora, Jesús nos pide no responder de la misma manera. Al contrario, la propuesta va a ser más radical, la de amar a los enemigos. Esta nueva forma de enseñar, deja a sus discípulos y tal vez a nosotros, desconcertados, pues lo más lógico es vengarse de quien ultraja. Y no solo a ellos, también este programa de vida, sigue cuestionando nuestro modo de ser cristiano.
Hoy más que nunca estamos necesitados a vivir una santidad auténtica, comenzando por nosotros mismos. Al acoger el amor de Dios, como don, adoptamos un tipo de vida, que trasciende hacia nuestro prójimo y la creación.
Paz, Hno. Salvador Mejía, OFM.