DE NUESTRO VICARIO
“Cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras, es Dios mismo quien habla a su pueblo, y Cristo, presente en su Palabra, quien anuncia la Buena Nueva”. (IGMR, #29).
Estas palabras provenientes de la Instrucción General del Misal Romano (IGMR) establecen una profunda verdad que necesitamos reflexionar y hacerla propia. Las palabras de la Sagrada Escritura son muy diferentes a cualquier otro texto que podamos escuchar, ya que no sólo nos proporcionan información, sino que son el medio que Dios utiliza para revelarse ante nosotros; los medios por los cuales llegamos a conocer la profundidad del amor de Dios por nosotros y las responsabilidades que asumimos como seguidores de Cristo, miembros de Su Cuerpo. Más aún, esta Palabra de Dios proclamada en la liturgia posee un poder sacramental especial que realiza en nosotros lo que proclama. La Palabra de Dios proclamada en la Misa es eficaz; es decir, no sólo nos relata acerca de Dios y su voluntad para con nosotros sino que nos ayuda a poner en práctica la voluntad de Dios en nuestras propias vidas.
“¿Cómo, entonces respondemos a este maravilloso don de la Palabra de Dios? Respondemos de palabra y con canto, con posturas y gestos corporales, en meditación reverente y, lo que es más importante aún, por la escucha atenta de la Palabra mientras está siendo proclamada. Después de cada lectura, expresamos nuestra gratitud por este don mediante las palabras “Te alabamos Señor” o en caso del Evangelio “Gloria a ti, Señor Jesús”. Es muy bueno que se observe un breve espacio de silencio que permita la reflexión personal. A continuación de la primera lectura, cantamos el Salmo Responsorial, meditación sobre la palabra de Dios, por medio de palabras inspiradas de uno de los salmos del salterio, el libro de oraciones de la Biblia.
Entonces “¿qué es que debemos procurar hacer para recibir dignamente la Palabra de Dios proclamada en la Misa? La Instrucción General nos indica que estas lecturas deben ser escuchadas por todos con veneración (IGMR # 29) 2 y. establece que los lectores que desempeñen este ministerio sean “verdaderamente idóneos y cuidadosamente preparados para desempeñar este oficio, para que los fieles, por la escucha de las lecturas divinas, conciban en sus corazones un afecto suave y vivo a la Sagrada Escritura” (IGMR # 101).
La palabra clave en todo esto es escuchar. Estamos llamados a escuchar atentamente mientras el lector, diácono o sacerdote proclama la Palabra de Dios. Solamente en el caso de que uno esté imposibilitado para escuchar, debemos evitar el leer simultáneamente el texto del misal mientras es proclamado. Más bien, haciendo nuestra la indicación de la propia Instrucción General, debemos escuchar atentos como si fuera el mismo Cristo quien estuviese de pie en el ambón, puesto que es Dios quien habla cuando las Sagradas Escrituras son proclamadas. Seguir simultánea y diligentemente el texto escrito puede llevarnos a perder la moción del Espíritu Santo, el mensaje que el Espíritu nos puede tener para nosotros en los pasajes de la Escritura puesto que estamos ansiosos por seguir al lector.
Quizás la mejor manera de entender las lecturas de la Misa y nuestra respuesta ante ellas, nos la ofrece el Papa San Juan Pablo II en su Instrucción Dies Domini. El Papa exhorta a que “aquellos que participan en la Eucaristía, sacerdote, ministros y fieles deben prepararse para la liturgia dominical, reflexionando de antemano acerca de la Palabra de Dios que será proclamada” y añade que si no lo hacemos, “es difícil que la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios por si sola produzca el fruto que debemos esperar” (n.40). De esta manera, nosotros labramos la tierra, preparando nuestras almas para recibir las semillas que serán plantadas por la Palabra de Dios y así, estas semillas, pueden dar fruto.
Por este motivo es que la Palabra de Dios nos invita a que escuchemos y respondamos tanto con la reflexión silenciosa como con la palabra y el cántico. Y, lo más importante de todo, la Palabra de Dios, viva y eficaz, nos hace un llamado individual a cada uno de nosotros y a todos juntos para que demos una respuesta que vaya más allá de la liturgia en sí e incida en nuestra vida diaria, llevándonos a comprometernos plenamente en la tarea de hacer que Cristo sea conocido en el mundo mediante nuestras acciones y palabras.
Paz y todo bien, Padre Sam
- Basado en los materiales de formación del Misal Romano proporcionados por la Secretaría para la Liturgia