Este “penúltimo” domingo del año litúrgico nos introduce de lleno en la dimensión religiosa escatológica; nos instruye y nos motiva a pensar en las últimas cosas de la vida, esas sobre las que no queremos hablar casi nunca. El evangelio de Mateo (25,14-30) nos muestra, tal como lo ha entendido el evangelista, una parábola de “parusía” sobre la venida del Señor.
La palabra griega que respalda este concepto no es directamente bíblica, sino que está tomada del helenismo donde significaba la «visita» o la «presencia» del rey en una ciudad. Si un rey o un gran mandatario visitaba una ciudad, se hacían grandes obras para el momento.
Se preparaban fiestas con alabanzas y sacrificios en los templos; a esto se le llamaba «parusía». E incluso viene a simbolizar una nueva era para la ciudad o para la provincia o territorio. De ahí la tomaron los Cristianos, sin duda, ya que aparece muy poco en el Antiguo Testamento (cuatro veces en la Biblia griega de los LXX).
¿Qué sentido, pues, tiene la parusía? Reinterpretando todo lo que el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento nos sugieren, debemos tratar de entender que el día del Señor, el día de la parusía, no es un tiempo cronológico de un momento, o una fecha del calendario. Es una nueva situación que hay que aceptar por la fe y la esperanza en Dios. Es un concepto de excelencia en el que la salvación de Dios anunciada por los profetas y manifestada en la vida de Jesucristo es una realidad sin vuelta atrás. Por eso no es cuestión de ajustar el día de la parusía, o el día del Señor, o el día de la salvación, a un momento, a una hora, a un día, a un año. Se trata de reconocer la acción de Dios para el ser humano. E incluso podemos afirmar que, desde la fe Cristiana, supone reconocer la acción por la que Dios transformará la historia. De ahí que debamos entender y aceptar que la parusía ha comenzado en la Resurrección de Jesús y no terminará hasta que todos los seres humanos que existen y existirán serán resucitados como Jesús. Y eso será el signo definitivo, el día por excelencia, en el que la historia, es decir, la creación de Dios habrá llegado a su plenitud.
Los hombres que han recibido los talentos deben prepararse para esa venida ¿Cómo entendieron estas palabras los oyentes de Jesús? ¿Pensaron en los dirigentes judíos, en los saduceos, en los fariseos que no respondieron al proyecto que Dios les había confiado? ¿Qué sentido tiene esta parábola hoy para nosotros? Como la mujer hacendosa en la administración de su hogar, así ha de actuar el discípulo de Cristo en la gestión de los bienes del Reino. Quien da una respuesta total en la misión evangelizadora de acuerdo a sus capacidades, tiene asegurada su entrada en el banquete del Reino: entra en el gozo de tu Señor.
Fray Salvador Mejía, OFM
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