Cuando varios científicos políticos y sociales examinan nuestra cultura, encuentran que la independencia personal y el individualismo están profundamente arraigados en nuestra psique. Vemos este rasgo expresado por nuestra preocupación por los derechos y la libertad con exclusión de la responsabilidad personal y el bienestar corporativo. Muchas, muchísimas personas en este país no sólo se sienten cómodas exigiendo sus derechos sino que, de hecho, están comprometidas a defenderlos a toda costa, incluso a costa de la libertad de los demás.
La mayoría de nosotros no estamos peleando la batalla de si Jesús es el Salvador o no. Sabemos y creemos que lo es. Además, acogemos con agrado la gracia de que Él pague por nuestros pecados. La batalla que estamos peleando es la que gobernará en nuestras vidas, la que decidirá sobre cómo viviremos.
Muchos aún no han doblado sus rodillas en entrega amorosa y han recibido a Jesús como Cristo y Rey. Por lo tanto, a menudo se pelea la batalla interna sobre cada tema de la espiritualidad y el comportamiento Cristiano: “¿Me rindo a este tema o mantengo el control? ¿Resistir o rendirse? “¿Obedecer a Dios u obedecer mis pasiones?” Lidiando con estas batallas dentro de nosotros, no es de extrañar que a menudo experimentemos poco del gozo que se nos promete como Cristianos y miembros del Reino de Cristo. Pero el gozo prometido llega principalmente a aquellos que voluntariamente se someten a sus normas.
En los rincones secretos de nuestra alma habita un cuarto con trono, y solo nosotros tenemos la llave que controla la puerta de esta sala y el derecho a sentarnos y gobernar allí. El Obispo Fulton J. Sheen lo explica bien: “La mejor introducción puede contarse en la historia de una pintura. Es una imagen de Cristo de pie al lado de una puerta cubierta de hiedra y llamando a la puerta. Holman Hunt, su artista, fue criticado porque no se veía ninguna aldaba en el exterior de la puerta. La respuesta del artista fue que la aldaba está en el interior: la abrimos. El cielo no derriba puertas”. En este Domingo de Cristo Rey, debemos reconocer a Jesús parado a la puerta de nuestro corazón y llamando. Abramos voluntariamente la puerta y pidámosle que se corone como rey en nuestro corazón para gobernar por siempre. Esta es en verdad la manera de honrar a Cristo Rey.
– Diácono Lyle
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