¿Alguna vez nos hemos preguntado que significa realmente Adviento? Año con año terminamos un año litúrgico con la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo e iniciamos uno nuevo año litúrgico, con el Adviento. El tiempo de Adviento está dividido en cuatro domingos para llegar al 25 de diciembre, donde celebraremos el nacimiento de Jesucristo.
Este domingo, 3 de diciembre estamos celebrando el Primer Domingo de Adviento. Adviento significa, “venida del Redentor”. Es de suma importancia que tengamos en nuestra mente y corazón para lo que nos estamos preparando, y cómo nos estaremos preparando para ese momento tan significante.
Lastimosamente muchos de nosotros estamos tan preocupados y estresados por el regalo que vamos a regalar o recibir para Navidad, que pasamos por alto lo que realmente estamos celebrando; la venida de nuestro Redentor a nuestros corazones y nuestras vidas. Año con año, muchos Cristianos Católicos celebran Navidad con mucho entusiasmo, amor y pasión, pero nunca han entendido que no es un tiempo para ellos, sino que es el tiempo apropiado para esperar con mucho amor a nuestro Redentor del mundo.
Pongamos mucha atención como inicia San Marcos este Primer Domingo de Adviento: Jesús dijo a sus discípulos: “Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento.” ¿Y cuál será ese momento del que habla San Marcos? Es precisamente el momento cuando llegará nuestro Redentor a nuestras vidas y corazones.
¿Pero cómo va a llegar nuestro Redentor a nuestra mente y corazón si éstas están enfocados en los regalos, viajes, comidas y diversiones? Sería muy recomendable pensar y meditar en estas palabras que nos exhorta San Marcos. ¿Qué hermoso sería que cada uno de nosotros pensáramos y meditáramos, y nos hiciéramos una pregunta clave, ¿cómo es posible que Dios siendo tan poderoso, grandioso, omnipotente, creador de todo lo visible e invisible, se encarne en una mujer para compartir todo con nosotros, excepto el pecado?
Seguramente muchos de nosotros nunca nos hacemos esa pregunta porque quizás asumimos que Dios nos salva y nos lleva automáticamente al cielo cuando morimos. ¿Estaremos listos, velando y ansiando ese momento de encontrarnos cara a cara con nuestro Creador?
Espero que sí, de lo contrario sería un momento angustiante y deprimente. Ojalá que tomemos este tiempo de Adviento para meditar y profundizar día a día, la encarnación y redención de nuestro Salvador.
Nuestro padre San Francisco de Asís se inundó de alegría al contemplar y meditar este gran misterio de nuestro Creador. Me imagino que nuestro padre San Francisco, al contemplar y meditar en este gran misterio de la encarnación y redención de nuestro Dios, se preguntaba, ¿cómo es posible que este Dios me ame tanto y yo tan pecador, miserable, débil y limitado?
Así es el amor incondicional de nuestro Dios. Nos ama tanto que año tras año nos da este tiempo de Adviento para recordarle a nuestra Madre Iglesia Católica del amor profundo e incondicional que Él tiene por toda su creación.
Los invito mis queridos hermanos y hermanas en Cristo a dedicarle un tiempo a Dios durante el día para profundizar este grandioso e infinito misterio de Dios. Dejemos de preocuparnos y estresarnos de esta Navidad materialista que no nos lleva ni nos llevará a ningún lado. Solamente nos dejará endeudados, gastando aun lo que no tenemos.
Junto con nuestras familias y amistades que nos rodean, dejemos inundar por el amor incondicional de Dios hacia cada uno de nosotros. Aprovechemos este tiempo de Adviento para prepáranos a recibir a nuestro Redentor y Salvador en nuestros corazones, y en los corazones de nuestras familias. Pidamos la intercesión de nuestro padre, San Francisco de Asís, para enamorarnos de una manera muy especial del nacimiento de nuestro Salvador y Redentor en nuestras vidas.
Busquemos momentos de soledad y silencio para experimentar lo que nuestro padre San Francisco experimentó en sus momentos a solas con nuestro Dios. Hagamos la prueba y veremos qué bueno, misericordioso y generoso es nuestro Dios. Amén.
Con cariño y respeto, Fray Alberto Villafán, OFM.
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