DE NUESTRO DIÁCONO
Este Segundo Domingo de Pascua es un día que se debe celebrar con el mismo entusiasmo y jubilo que el domingo anterior. La Iglesia ha celebrado esta primera semana después de la noche santa de Pascua como un gran domingo. Hemos vivido con gran intensidad el misterio de la muerte y resurrección de Jesús, y a través de esta acción redentora hemos podido gozar de los frutos de liberación y transformación en nuestras vidas.
Esta nueva vida que Cristo nos ofrece se hace más aparente en los neófitos. En los primeros siglos del Cristianismo, los recién bautizados en la Vigilia Pascual seguían vistiendo durante estos ocho días la vestidura blanca, símbolo de su nueva vida y de su dignidad. En este segundo domingo, comienza el Tiempo Pascual hasta Pentecostés. Cincuenta días para profundizar en esa vida y dignidad nueva que tenemos todos los bautizados.
Es una pena que, normalmente, se celebre con más intensidad la cuaresma que los cincuenta días de pascua, siendo que la cuaresma es sólo preparación para la pascua, la cual nos lleva a su culmine con la celebración de Pentecostés. Este es un tiempo en cual reafirmamos la renovación de nuestro bautismo y confirmación como hijas/os de Dios y como comunidad; el cuerpo místico de Cristo resucitado.
Y para que no perdamos la razón profunda que movió a la Santa Trinidad a realizar este plan de salvación para toda la humanidad, este domingo se llama: “Domingo de la Divina Misericordia”.
En los domingos de Pascua se nos presenta la realidad del significado de cada domingo cristiano a lo largo del año. Frecuentemente hemos convertido la celebración dominical en el mero cumplimiento de un deber, de un precepto, o simplemente un acto de devoción individual, de un contacto privado entre Dios y mi alma, sin referencia a la comunidad ni a la construcción del Reino de Dios.
La Buena Nueva del Evangelio de hoy nos enseña, cuál es el contenido e importancia de nuestras celebraciones de los domingos. ¿Asistimos a esta celebración como culminación de nuestra semana: de nuestros anhelos, trabajos, fracasos, tareas, logros, etc.? En los domingos se celebra todo eso, en comunidad, con el Señor Resucitado y en la fuerza del Espíritu. Y una vez alimentados y fortalecidos y, sobre todo, amados por Cristo, somos enviados de regreso a nuestros hogares, a la sociedad, y la creación entera con un espíritu renovado y con nuevas fuerzas a la misión que consiste en vivir y colaborar con el Reino de Dios en la vida cotidiana. Cada cual, según su carisma, sinodalmente: “como discípulos y discípulas caminando juntos en salida”.
Hno. Salvador Mejia, OFM