Las reflexiones de la Pascua sobre el pecado y la penitencia difieren de las de la Cuaresma. La atención durante la Pascua no está en los males del pecado sino en la redención del pecado. Con la resurrección de Cristo, el mundo ha sido transformado. Ya no estamos sumidos en la oscuridad, en el mal. El mundo está siendo restaurado al plan original de Dios. Él nos ha dado vida. Él ha vencido el pecado, que es la muerte, para que estemos unidos a su Vida Resucitada. La verdad es que siempre necesitamos el don del perdón de Dios. Reconocer nuestra necesidad y pedirle a Dios el don del perdón es lo que llamamos arrepentimiento.
Pedro en la primera lectura llama al pueblo de Jerusalén a arrepentirse y volverse a Dios para que sus pecados sean borrados. El evangelio de hoy, de Lucas, continúa con el tema recurrente post-Pascua de la Eucaristía y el discipulado. Cristo, partido y ofrecido por nosotros, resucita triunfante del sepulcro y permanece con nosotros como pan y vino en la representación pacífica del Calvario. Este es el corazón del misterio pascual que se nos revela ahora, pero ¿cómo se manifestó en esos primeros días ansiosos e inciertos después de la resurrección? Como vemos hoy en el aposento alto, como lo hacemos en varios pasajes de las Escrituras posteriores a la resurrección, es a través del miedo, la comida y el reconocimiento de Jesús en una comida.
La lectura del evangelio comienza con los discípulos, temerosos en el aposento alto, contando a los demás su historia sobre el viaje a Emaús y su reconocimiento de Cristo en la persona del extraño peregrino cuando partió el pan en la mesa. Tan pronto como terminan su sorprendente relato, Jesús aparece nuevamente. Los discípulos, temerosos de ver un fantasma, sólo creen cuando éste come delante de ellos.
Una y otra vez, Cristo se aparece a los grupos: las mujeres fuera de la tumba, la pareja que camina hacia Emaús, los creyentes reunidos en el Cenáculo. Así como Él les dice en las Escrituras de este domingo: “ustedes serán mis testigos de estas cosas”, Él está casi atento y pensativamente construyendo el caso de Su resurrección. Es como si estuviera diciendo: “Toma notas. Escribe esto. Todos ustedes pueden corroborar esto. Ustedes serán mis testigos”. Y nos damos cuenta de que Él no sólo está hablando a los que están en la sala. Él nos está hablando a todos nosotros, a lo largo de los siglos. A nuestro modo, todos damos testimonio de la vida, muerte y resurrección de Cristo, y lo testimoniamos cada día con nuestras palabras, nuestras acciones, nuestras elecciones. Continuamos lo que Él comenzó.
Estas apariciones nos recuerdan que el cristianismo implica a la vez comunión y comunidad. Se vive entre otros. El mensaje es claro: las Buenas Nuevas que guardamos en nuestros corazones no son algo que debamos guardarnos para nosotros mismos. Está destinado a ser vivido, practicado y compartido con otros.
En estas semanas posteriores a Pascua, a medida que las flores se marchitan y nos acostumbramos una vez más a los “Aleluyas” resonando en el aire, puede ser fácil dar por sentado el esplendor de este momento. No deberíamos. Se acerca Pentecostés, caerá fuego y otro evento atronador nos recordará los primeros días de la Iglesia y la asombrosa historia que tenemos que contar. ¡Somos gente de Pascua!
Paz y todo bien, Fray Óscar Mendez, OFM
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