DE NUESTRO VICARIO
La misericordia de Jesús, su amor, bondad, paciencia y perdón sobrepasan todos los obstáculos, angustias e incredulidades de sus discípulos. Aunque Jesús fue vendido, traicionado, negado y abandonado por los que amó hasta el extremo, nunca guardó odio, resentimiento, y mucho menos se vengó por sus discípulos.
Estando los discípulos a puertas cerradas, en la casa donde se encontraban por temor a los judíos, Jesús se presenta en medio de ellos para saludarlos, confortarlos y fortalecer su fe, y confianza en Él. No solamente los saluda para reanimarlos, sino que también les da la autoridad para perdonar los pecados y para asegurarles que está, y estará siempre con ellos.
Jesús se presenta resucitado aún con las marcas de los clavos en las manos, sus pies y heridas en todo su cuerpo a sus amigos más íntimos. Cuando Jesús se presenta resucitado a sus discípulos, Tomás no estaba en ese momento. Los discípulos le contaron a Tomás lo sucedido y él dudó. Tenía que verlo y tocarlo por sí mismo para creer.
Nuestro Jesús resucitado que no guarda absolutamente nada para después, se aparece una vez más a sus amigos íntimos, y se dirige exclusivamente a Tomás para que él mismo salga de su asombro e incredulidad. Al ver Tomás a Jesús, no se atreve a hacer lo que Jesús le pide. Jesús le pide que toque, que meta su dedo en su costado y en sus heridas para que nunca más siga dudando, sino que crea. Tomás, humilmente se postra, arrodilla, y proclama su fe, “Señor mío, Dios mío”. Jesús le contesta, “tú crees porque me has visto; dichosos aquellos que creen sin haberme visto”.
Si cada uno de nosotros meditáramos en este Evangelio, seguramente tendríamos otra imagen de un Jesús que no condena, sino que siempre perdona. Su misericordia es ilimitada; es como un océano. Su misericordia es mucho más grande e inmensa que los pecados más horribles o mortales que hayamos cometido. Para entender y asimilar la misericordia de Jesús, tenemos que tomar una actitud de sencillez y humildad como la de Tomás.
¿Cuántos de nosotros nos identificamos con Tomás? ¿Necesitamos ver y tocar a Jesús como Tomás para creer en Jesús? Meditemos y profundicemos en estas dos preguntas en este tiempo de Pascua. Algunos Cristianos Católicos hacen la misma profesión de fe, “Señor mío y Dios mío”, cuando el sacerdote eleva el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Estas personas que hacen esa profesión de fe, lo hacen de corazón y de buena fe, ¿o solamente repiten lo que otras personas repiten? Por otro lado, hay Católicos indiferentes e incrédulos que no se arrodillan ni repiten la profesión de Tomás. Cada vez que vengamos a la Santa Eucaristía, vengamos con esa devoción, fe, sencillez y humildad para postrarnos y arrodillarnos (si es posible), o dar reverencia como Tomás. Si aún hay dudas de la presencia real de Jesús cuando el sacerdote eleva el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, pidamos con mucha humildad, “Señor, aumenta mi poca fe”. También cuando acudamos al sacramento de la reconciliación y hagamos una confesión sincera y de corazón, tengamos la certeza y seguridad que Jesús nos ha perdonado. Y si surgen dudas en nuestra mente y corazón de si hemos sido perdonados, pidamos humildemente a Jesús que quite esas dudas de nuestra mente y corazón.
Recuerden que Jesús no se guarda absolutamente nada para perdonarnos porque su amor y misericordia sobrepasa nuestro entendimiento, y capacidad humana. Si Jesús lo hizo con sus íntimos amigos, sus doce discípulos, porque no lo haría por nosotros. Y si volvemos a caer y pecar, no dudemos en acercarnos al sacramento de la confesión porque Jesús siempre nos estará esperando con los brazos abiertos.
Nuestro Jesús siempre será un Dios muy compasivo y misericordioso. Nunca dudemos de su presencia real en la Santa Eucaristía, en su Palabra y en el sacramento de la Reconciliación, por mencionar algunos. Hagamos la prueba y veremos qué grande es el Señor, quien nos ama y nos seguirá amando hasta el extremo. El amor de Jesús vence nuestros miedos. Amén.
Con cariño y respeto, Fray Alberto
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