DE NUESTRO VICARIO
Este domingo, 26 de mayo, estamos celebrando la fiesta de La Santísima Trinidad. Es una fiesta en donde Dios Padre se nos revela como Dios Creador, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. No son tres dioses, sino un solo Dios verdadero actuando, comunicando y caminando con toda su creación. Es nuestro Dios que siempre está actuando y viviendo en comunión con el Hijo y el Espíritu Santo.
Dios es todo amor, bondad, compasión, misericordia, generosidad, armonía y comunión. Dios, el Creador de todo lo visible e invisible siempre nos está buscando incansablemente para que todos sus hijos e hijas sean salvados por su Hijo muy amado, “en quien pone todas sus complacencias”. El amor de Dios nuestro Creador es tan inmenso e ilimitado que Él mismo nos lo demuestra, enviándonos a su Hijo único para manifestarnos ese amor incondicional. “Tanto amó Dios al mundo que entrego su Hijo único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no mandó a su Hijo a este mundo para condenar al mundo, sino que por él ha de salvarse el mundo. El que cree en él no se pierde; pero el que no cree ya se ha condenado, por no creerle al Hijo único de Dios” (Jn 3, 16-18).
Dios nuestro Creador quiere que todos nos salvemos por amor y no por conveniencia. Él usa todos los medios y formas para que así su plan llegue a su plenitud. ¿Queremos ser salvados por su Hijo único? Su Hijo único voluntariamente vino a cumplir con ese plan y lo cumplió hasta el final. Jesucristo voluntariamente murió por ti y por mí en una cruz para redimirnos y llevarnos al cielo, donde Él está para que también nosotros estemos con Él. “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, también conocerán al Padre. Desde ya ustedes lo conocen y lo han visto” (Jn 14, 6-7).
¿Le creemos firmemente a Jesús y a sus promesas? ¿Creemos que Él realmente es el único camino para ir al cielo? ¿Creemos firmemente que el murió por nosotros y nos ha redimido?, y lo hizo solo por amor? Si hemos leído las sagradas escrituras cuidadosamente, hemos de concluir que el gran misterio de la Santísima Trinidad está plasmado desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento. El plan de salvación de Dios es hermoso y maravilloso. No echemos a perder este plan de salvación de Dios, abusando de su amor, compasión y misericordia. Dios Amor necesita de nuestra cooperación y voluntad para que ese plan se lleve a cabo como Él lo ha programado.
Jesús, antes de partir al cielo, nos prometió el Espíritu Santo, el Paráclito, el Abogado y el Consolador. Esa fuerza que viene del cielo ya la hemos experimentado como la experimentaron los apóstoles, en la Solemnidad de Pentecostés. Así como el Espíritu destruyo los miedos de los apóstoles, así quiere destruir los nuestros. ¿Queremos abrirle nuestros corazones y mentes al Espíritu Santo para que obre en nosotros, quitándonos nuestros miedos y cobardías? La misión y plan del Espíritu Santo es hacernos santos, como ha hecho a tantos santos y santas que ya están en el cielo. ¿Queremos ser santos? Si nuestra repuesta en positiva, entonces dejemos que el Espíritu Santo siga obrando y actuando en nuestras vidas. Nosotros por si solos nunca llegaremos a ser santos. Si le damos la oportunidad al Espíritu Santo de que actúe y obre en nosotros, veremos la Gloria de Dios en el cielo. Dios que es todo amor siempre sigue actuando en nuestras vidas con el fuego de su Espíritu Santo. Dios que es amor sigue actuando a través de su Hijo en cada Eucaristía. “El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”.
Así como Jesús les dio todo poder y autoridad a sus apóstoles, así también se la ha dado al magisterio de la Iglesia Católica. “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y ensenándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 18-20). Sigamos dejando actuar al Dios Amor, Creador, Redentor y Santificador en nuestras vidas para ser santos y santas para que un día estemos en el cielo con Él por toda la eternidad; donde contemplaremos y adoremos a Dios por siempre y para siempre. Que sea así. Amén.
Con cariño y respeto, Fray Alberto Villafan, OFM
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