DE NUESTRO PÁRROCO
Mis queridos hermanos y hermanas. Qué bueno estar hoy aquí. Celebramos la fiesta de nuestro patrono, San Luis Rey de Francia y al mismo tiempo el Rito de Instalación de mí persona, su servidor, como párroco de esta parroquia por parte de Obispo Felipe. Gracias, su Excelencia, por estar hoy con nosotros. Por lo eso nos alegramos esta noche, pero sobre todo por el amor de Dios que nos ha permitido llegar hasta este día.
El Rito de Instalación de un nuevo Párroco nos recuerda a todos una parte esencial de lo qué significa ser un discípulo: los discípulos no eligen su propio camino; siguen a Cristo a donde Él los lleve. Yo no me presenté aquí en la Misión de San Luis Rey hace un mes y reclamé el título de ser párroco. No, fui enviado, fui comisionado, primero por mi Ministro Provincial y luego confirmado y aprobado por nuestro Obispo Roberto. Un sacerdote es enviado y se le confían las responsabilidades pastorales de una parroquia, y es durante el rito de instalación que tiene lugar la entrega de una pequeña parte del Reino de Cristo, la parroquia, a ese sacerdote.
Pero esto no es algo que me vaya a pasar solo a mí, por ser el nuevo párroco. Sino que a cada uno de nosotros se nos ha confiado una pequeña parte del Reino de Jesús. Para algunos de ustedes, eso es construir el reino de Dios en su familia, en el trabajo o entre las personas con las que son amigos. A todos nosotros, Cristo nos ha dado la responsabilidad, y la dignidad, de cuidar y proteger Su Reino en nuestros propios corazones.
Una de las formas en que hacemos esto sucede todos los domingos cuando profesamos nuestra fe rezando el Credo. Esta noche, de manera especial, todos nosotros, junto a mí como nuevo párroco, recitaremos el Credo, profesando individualmente y juntos como comunidad nuestra fe común en Cristo. Con esa profesión, el Obispo Felipe me pedirá oficialmente que asuma las responsabilidades de esta parroquia con el corazón de Cristo. Pero cada vez que profesamos el Credo, cada vez que rezamos esas palabras que miles de millones de cristianos han rezado a lo largo de los siglos, cada uno de nosotros renueva su propio compromiso con Dios.
Entonces, ¿tal vez hoy sea un buen momento para preguntarnos si Dios reina sobre nuestros corazones? ¿Es Dios el Señor de nuestra vida? ¿Y de aquellos que Él ha confiado a nuestro cuidado? Si me llevaran ante un tribunal y me acusaran de ser Cristiano, ¿habría suficientes pruebas para condenarme? Si Jesús es verdaderamente “Cristo” y “el Hijo del Dios Viviente”, como profesamos en el Credo, entonces Él debe ser el único rey de nuestras vidas.
Mis queridos amigos, nuestro patrono, San Luis Rey es para todos nosotros un modelo de alguien que permitió que Dios reinara en su vida y en sus decisiones. Era un esposo bondadoso, padre de once hijos y amigo de los pobres. Testigos contemporáneos confirman que su vida estuvo enraizada por una vida devota y una participación diaria en la Eucaristía. Como hijo, esposo, padre y gobernante, su vida fue una combinación de una vida de oración y de una vida sencilla. Su fe firme y sus buenas obras eran como los dos brazos con los que se aferraba firmemente a Dios. Su amor por Dios lo movió a proteger a los más débiles y vulnerables de la sociedad. A menudo visitaba a los enfermos y los atendía él mismo.
La misión de nuestra parroquia estipula que “en el Espíritu de San Francisco, y como católicos en una comunidad de muchas culturas, vivimos el evangelio de Jesucristo. Fortalecidos por la Palabra y los Sacramentos, damos la bienvenida a todos al amor inclusivo de Dios. Servimos a los pobres, cuidamos la creación y construimos un mundo justo y compasivo.”
En otras palabras, nosotros, al igual que San Luis Rey, simplemente priorizamos nuestra propia relación con Dios e invitamos a otros a unirse a nosotros en ella. Isaías, en la primera lectura, exhortando a los israelitas, también nos llama a salir de una relación rutinaria con Dios. Nos invita también “a desatar los lazos de maldad… para dar la libertad a los quebrantados, … para compartir tu pan con el hambriento; … entonces brotará tu luz como la aurora, y la gloria de Yahveh te el Señor seguirá”. Jesús no hace más que ampliar esta invitación al amor cristiano, un amor como el de Cristo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente… (y) amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
¿Cómo sería nuestro mundo, nuestra parroquia, nuestros ministerios, nuestras familias, si amáramos así? San Luis Rey nos ofrece algunos consejos paternales para hacerlo. Quisiera repetir a mí mismo y a cada uno de ustedes que están hoy aquí, algunas de las palabras que él escribió a su hijo antes de morir: “Queridísimo hijo, primero te instruyo que debes amar a Dios con todo tu corazón y con todas tus fuerzas, porque sin esto nadie puede salvarse. Guárdate de todas las cosas que desagradan a Dios. Si Dios te envía alguna adversidad, acéptala con gracia, dando gracias a Nuestro Señor, y piensa que te ha sucedido para tu bien… si Dios te envía prosperidad, dale las gracias a menudo, porque es por su bondad y no por tu mérito… Ten un corazón compasivo por los desafortunados, los pobres y los atormentados, y ayúdales y consuélalos lo mejor que puedas”.
Estas palabras y otras que no he mencionado, siguen siendo un llamado a todos nosotros al auténtico discipulado. Como una comunidad de muchas culturas, pero una familia parroquial, la parroquia de la Misión de San Luis Rey ya ha comenzado a seguir a Cristo como discípulos y servidores. Ahora nuestro Señor viene a nosotros de nuevo hoy, para invitarnos a comprometernos plenamente a seguirlo. Jesús me pide, como su nuevo párroco, confianza, coraje y oración para continuar la misión de Dios en esta parroquia. Pero no puedo hacer esto solo; necesito el compromiso y la cooperación de todos ustedes.
Rezo para que todos ustedes trabajen conmigo, el Padre Joe y el Padre More en la búsqueda de ser discípulos intencionales del Señor y generosos administradores de los dones que se nos confían para el crecimiento de la Iglesia en nuestro camino juntos. Por eso, queridos feligreses de la Misión San Luis Rey, los invito a esforzarse por la santidad, y a trabajar y orar conmigo. Caminemos juntos, todos somos hermanas y hermanos, somos una sola familia, una sola parroquia. Pidamos a Dios a través de la intercesión de San Luis Rey que todos podamos apoyarnos, ayudarnos y orar unos por otros, y sobre todo, amarnos unos a otros como Jesús nos llama a amarnos unos a otros. Que Dios nos conceda esta gracia. Amén.
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