Hay una (especie de) broma entre nosotros los Franciscanos. Si nos preguntas, “¿Quién es el ministro general de la orden Franciscana?” diríamos: “En este momento, es Fray Massimo Fusarelli de Italia. Pero quien ha sido el VERDADERO ministro general en todo momento es el Espíritu Santo”.
Afirmar que el Espíritu Santo dirige nuestra orden Franciscana tiene consecuencias difíciles. Significa dejar a un lado nuestras estrechas agendas y expectativas personales. Cada decisión también tiene que venir de un profundo discernimiento para escuchar verdaderamente lo que el Espíritu Santo quiere que hagamos.
Lo mismo es cierto para nuestra Iglesia. El Papa Francisco da la imagen de una Iglesia que va siempre hacia adelante, dando espacio al Espíritu Santo que continuamente renueva la Iglesia. El Papa admite que la novedad nos puede hacer temer porque podemos sentir que perdemos el control.
Puede haber algunos que cedan a este miedo volviéndose más rígidos y tratando de crear una Iglesia más autorreferencial y cerrada en sí misma. Podemos soñar con el regreso a la gran Cristiandad o los “buenos tiempos”. O tratamos de insistir en mantener las viejas estructuras que ya no sirven para nuestros hijos y nietos, y lamentamos que la Iglesia los esté perdiendo.
Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O estamos cerrados y temerosos ante la novedad del Espíritu Santo? ¿Tenemos el valor de emprender los nuevos caminos que la novedad de Dios nos presenta, o resistimos, atrincherados en estructuras transitorias que han perdido su capacidad de apertura a lo nuevo?
¿Realmente lo decimos en serio cuando rezamos el Salmo de hoy?: “Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra”.
Paz y bien.
Padre Sam Nasada, ofm