Nos acercamos al final del año litúrgico y la próxima semana celebraremos la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. En las lecturas de hoy escuchamos de la literatura apocalíptica, que usa lenguaje e imágenes inquietantes como un medio para asegurar a los fieles que deben mantener su confianza en Dios incluso cuando enfrentan las circunstancias más desafiantes.
Efectivamente, mientras describe los terribles eventos, Jesús les dice a sus oyentes que no tengan miedo. No hay nada particularmente original o específico acerca de las “predicciones” de Jesús aquí. Cada época tiene sus propios falsos profetas, guerras, catástrofes naturales, etc.
Interpretaremos mal este pasaje del Evangelio si pensamos que Jesús está describiendo un conjunto específico de calamidades. El punto es que cuando suceden cosas malas, y sucederán, no debemos “temer” ni seguir a nadie que proclame que estas son señales del juicio de Dios y del fin. En cambio, debemos confiar en que Dios permanece presente en nuestras vidas. Jesús detalla la persecución que sus seguidores pueden esperar enfrentar: arrestos; persecución; juicios ante autoridades gubernamentales; traición de familiares y amigos; odio a causa del nombre de Jesús; e incluso ejecución. Cualquiera que siga a Jesús puede esperar la misma hostilidad que soportaron Jesús y los grandes profetas de Israel.
El dice que la persecución es “una oportunidad para testificar.” Así como Dios le dio a Moisés y a otros profetas la capacidad de hablar y confrontar a sus escépticos y oponentes, Jesús mismo brindará fortaleza y sabiduría para tal testimonio. En última instancia, su experiencia de persecución no terminará en la muerte sino en una victoria para sus almas. Subrayando todas estas declaraciones en los versículos del 12 al 19 está la importancia de confiar en Dios incluso en medio de las dificultades y la persecución.
El evangelio de hoy es desafiante. Es un desafío porque Jesús exige que demos testimonio, que nos hagamos mártires, si queremos ser salvos. Es desafiante porque el Señor exige que lo defendamos a él, a su reino y al estilo de vida Cristiano, en un mundo materialista y egocéntrico. Es desafiante porque exige que aceptemos el dolor de aquellos que se burlan de nosotros. Es desafiante porque proclama que solo mediante la perseverancia paciente podemos ser salvos. Este es el desafío del cristianismo. Oramos hoy por la gracia de soportar pacientemente cualquier prueba que sea esencial para nuestra afirmación de Jesucristo.
Paz y Bien,
Fr. Oscar Mendez, OFM