Una Nota del Equipo Pastoral 22/1/23

Baptisms at Mission San Luis Rey Parish

DE NUESTRA DIRECTORA DE EDUCACIÓN RELIGIOSA


Tuve la bendición de ir a Tierra Santa este verano y visitar Cafarnaúm y el Mar de Galilea. Después de leer el Evangelio de hoy, mi corazón y mi mente volvieron a Galilea. Recuerdo claramente escuchar las aguas del mar acariciar las rocas de la orilla y lo que se sentía al correr el agua entre mis dedos. Recuerdo la inmensa alegría que sentí en mi corazón al reflexionar sobre el llamado de San Pedro, “ven y sígueme”.

En el Evangelio de hoy vemos a Jesús salir de Nazaret después de enterarse del arresto de Juan. Viaja aproximadamente 80 millas hasta el pueblo de Cafarnaúm y comienza a predicar: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. La diferencia entre el mensaje de Juan y el de Jesús es que Juan estaba anunciando la llegada del reino pero en Jesús el reino se hizo carne.

Luego vemos a Jesús llamar a Pedro, Andrés, Santiago y Juan: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Dejaron atrás sus vidas y siguieron a Jesús. ¿Pueden imaginar la mirada en el rostro de Jesús, el tono de su voz cuando llamó a estos hombres? ¿Qué tan poderoso o conmovedor fue este llamado que dejaron lo que estaban haciendo e inmediatamente lo siguieron?

Estos hombres fueron testigos de Jesús proclamando el Evangelio, enseñando en las sinagogas y sanando la vida de muchos. Caminaron a su lado aun cuando no lo entendían. Seguir a Cristo no fue fácil, especialmente cuando fue perseguido. Como hemos leído en las Escrituras, todos menos uno de los apóstoles abandonaron a Jesús durante su pasión y muerte. Si su amo fuera capturado y asesinado, ¿qué sería de ellos?

Después de la resurrección, con la fuerza del Espíritu, los apóstoles encontraron el valor para llevar a cabo la misión de Jesús de anunciar la Buena Nueva. Ellos bautizaron y predicaron y sanaron a los enfermos como lo hizo Jesús. Anunciaron el Evangelio hasta sus muertes. La vida, muerte y resurrección de Jesús era su VERDAD, tan cierta que los apóstoles preferirían morir antes que negar a Jesús.

Ayer, hoy y mañana, la vida, muerte y resurrección de Jesús siguen siendo la verdad y siempre lo serán. Jesús nos llama por nuestro nombre. No necesitamos viajar al Mar de Galilea para tener este encuentro con Cristo. Jesús nos llama al amanecer y al atardecer, a la orilla del mar o en la cima de la montaña, en todas partes y en cada minuto de nuestra vida.

Cristo derrama su alma y divinidad en la Eucaristía. La “tierra santa” es el templo del Señor; nuestras mismas vidas que le ofrecemos. Al entrar en el Tiempo Ordinario, reflexionemos sobre el llamado extraordinario que Cristo nos ha hecho, para seguirlo y dar testimonio de las buena nueva de la salvación.

Paz, Sandra Domínguez

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